Antanas Drake
Yo vivo en un hueco, pero no me da vergüenza.
El hueco en el que vivo tiene una manta en el piso que es mi cama en las noches de calor y mi manta contra el frío en las de frío; tiene una bolsa con ropa que es mi ropa en la bolsa y tiene libros que no leo más porque quienes los escribieron ya están muertos y no saben lo que pasa ahora en el mundo de los vivos. Por ejemplo, Malraux no sabe que ya cayó el muro de Berlín, Carpentier no sabe que en Cuba ya hay computadores y Hemingway ni sospecha que el estrés es una enfermedad mundial que no se quita nomás con sexo, drogas y corresponsalías de guerra.
No me da vergüenza el hueco en el que vivo y por el que encima debo pagar, no mucho, lo suficiente para sentir que me pago las cosas, es decir, que sirvo para algo. No, no se trata de autoestima baja por una niñez jodida, es puro realismo nomás, realismo disfrutable de alguna manera, como puede ser disfrutable correr por tu vida en una calle de Pamplona atestada de toros que apuntan sus cuernos justo en el centro de la estrella de tu culo (la contundencia sonora y la economía de letras de esta palabra es formidable).
Lo que sí me da vergüenza es acordarme de lo que hice en el entierro aquel, el de mi padrastro muerto increíblemente por tres paros cardiacos simultáneos. Creo que fue una muerte piadosa, yo le hubiera agregado dos balazos de escopeta, la explosión de una mina antitanque en la boca y un golpe con esos martillos para asegurar durmientes de ferrocarril (otra palabra maravillosa que significa distancias profanadas por un pie lascivo), pero eso fue lo que el Karma eligió para él por todas las vainas que hizo en su paso tambaleante por la vida.
Botado en el hueco decente donde vivo como un señor cuya mayoría de delitos no se conoce, me avergüenza acordarme que esa vez alcé un puño y en medio del cortejo fúnebre que me miraba como el hijo de la amante del fulano muerto (y lo metía en el sitio donde se lo comerían los gusanos en el cementerio) grité: ¡hasta siempre comandante!. Andaaa!!, qué boludez!!. Por favor, que comandante ni que ocho cuartos si siempre nomás fue el líder de su pandilla de borrachos que a falta de otros temas, en plenos delirios de alcohol con agua, planeaban paso a paso como construir una sociedad mejor usando para ello los planos del sistema comunista. Me acuerdo de mi despedida con la mano en alto, de la mirada sin emociones de los presentes, de mi repentina sensación de estupidez de alta pureza y me da mucha vergüenza pese a los años que han pasado. Es que uno tiene su corazoncito y su sentido de dignidad aunque los hechos se empeñen en negarlo; es que uno tiene sus principios, aunque la gente se ría cada vez que trato de usar en mi beneficio esa palabra.
Empieza a llover fuera del agujero de alquiler en el que vivo y el sonidito del agua mojando los techos me desata unas ganas de orinar. En el lavabo de mi baño “privado” reposan medias sin lavar y sobre el tanque blanco del retrete aguantador, hay una revista porno abierta donde se ve a una tipa abierta que tiene abierto su…buej. El aire huele a techos mojados, a centenas de pares de pechos mojados que corren afuera buscando un techo para dejar de mojarse. La mente se me va aotros temas. ¿en qué estaba? Ah sí…
No me da vergüenza ni el hueco en el que vivo ni mi vieja manía de rayar carros con las llaves de mi cuarto de alquiler. No me dio vergüenza orinar en la puerta del colegio de abogados ni en la pared de la catedral metropolitana, ni sacar mi culo desnudo por la ventana de un carro en la mitad de la carretera. Ni siquiera me da vergüenza decir que soy un incomprendido por una sociedad castrante que ve en mí a un forajido detestable para las buenas costumbres y peligroso para sus hijas. En realidad supongo que la sociedad no me ve así, en realidad yo me veo así y le echo la culpa de todo a la pobre sociedad para quien yo ni vos no existimos, lo cual es profundamente de puta madre. Me vino algo como una erección; no sé si por el camionero que me vio el culo por la ventana del vehículo o por las hijas de la sociedad…en fin, ante un dilema como ese, siempre quedará el recurso de la revista porno.
Probablemente cuando pase el tiempo también me avergonzaré de eso, de rayas los carros, de orinar en los colegios de profesionales, de sacar mi culo por las ventanas, o de que yo culpe de mis líos a la pobre sociedad que anda como puede; pero todavía no.
Sí me avergüenzo de los días en que armado de un canasto salía a la calle del pueblo para vender cosas. Debía llevar plata a la casa de mi vieja, quien, con la sutileza de su garrote carnicero, me hacia entender que debía vender todo lo del canasto y llevar plata sí o sí a la casa, como si en mi raquitismo de crío de 12 años yo pudiera hacer comprar a la gente las porquerías que ella hacía para que yo venda y que nosotros las comíamos porque no nos quedaba de otra. Por vergüenza me escondía de las chicas para que no me vean con el canasto y por lo tanto a veces no vendía nada…Cada golpe en mi cuerpo era una chica de la que me había escondido. Me sentía un héroe. En serio, ¿quién más por lo menos en Santa Rosa llegaba a tal punto de sacrificio?
El otro día dije que me acordaba de esa imagen de yo con el canasto, cagado por el frío de un sur y chilchi bajo el alerón antiguo de una casa que todavía existe. Me veo ahí de nueve años, pálido, flaco como un pollito, a las seis de la tarde esperando que la lluvia cese, con el terror en el pecho por no haber vendido nada, con la sensación horrible de ver a todos en la casa de madera y palma en que vivíamos, yéndose a dormir sin comer. Todo porque el maldito clima y mi vergüenza a las chicas no me dejaban vender y porque mi padrastro, entre sus otras funciones, estaban las de no llevar nada a la casa, sin que mi santa madre atea haga nada para solucionar esa inactividad, que para cualquier hombre que no fuera él, sería algo peor que vergonzosa.
Sí, todo eso sucedía allá por el 86 u 89, en el mismo pueblo donde años después grité: hasta siempre comandante. Quizá en vez de decir eso yo habría querido decir: podrite hijo de mil putas. El caso es que me despedí así, a lo boludo, de ese tipo comunista, mecánico y borracho que jamás hizo nada bien en su vida. Igual que yo. Pero yo soy joven aún y tengo tiempo para echar a perder más cosas que él. Tal vez después me avergüence del agujero en el que ahora vivo, como hasta ayer nomás me avergonzaba mi condición de bastardo, de pariente pobre, de hijo de padrastro para quien todo lo que yo hacía estaba mal. No me importa, lo cierto es que yo estoy vivo y él ya es nomás un color en la fosa donde lo guardaron. No sabés cómo me arrepiento de semejante despedida. No puedo evitar taparme la cara, que boludez, en serio, tanto es así que debo escribirlo en la oscuridad de esta noche de lluvias para no golpear las paredes con mis puños cerrados. Bueno, siempre está la revista porno sobre el tanque del retrete, pero no es lo mismo.
Me arrepiento de esa despedida tan “of side”, pero no de otros daños que después la gente que me amó me fue gritando a la cara, daños que causé más por bruto que por malvado. Es que mi forma de ver las cosas es absolutamente contraria a la de la gente cuerda, lo cual me hace medianamente feliz conmigo mismo pero me aleja de un tajo del resto del mundo. Pero eso relativo según de qué parte de ese resto del mundo se trate: hay partes del resto del mundo que no me interesan un bledo y otras que sí, a veces.
Probablemente mañana me arrepienta o me avergüence de todo ese dolor que he ido derramando a mi paso con las personas equivocadas, pero entonces como ahora no servirá de nada esa acción de justicia autoflagelante y sólo me quedará seguir deslizándome en este sendero resbaladizo lleno de esta mierda llamada destino que lo obliga a uno a ser una criatura detestable porque eso es lo que uno es, ni mas ni menos. Y llega un rato en que hasta el lado amable se le encuentra a eso y uno trata incluso de dotar a esa calamidad de algo parecido a una filosofía que en realidad es una estupidez se la mire por donde se la mire: ¿Que si el tigre caza, entonces es un asesino? Eso es otra cosa: yo nomás soy lo que dice de mí la gente que me quiso. Soy algo que ya no tiene nombre, soy algo que me aguanto porque si dejo de serlo dejo de “ser” y me vuelvo un buen tipo, de esos que saludan a la gente con amabilidad, que se acuerdan de las fechas importantes y quieren familias grandes para disfrutarlas a las horas de las comidas. Una feliz y gran familia alrededor de una mesa de comedor. ¿Lindo no? Basuraaaa!!!!
Ahora me pongo rudo (no dejo de pensar en la porno ni en las mujeres mojadas que huyen de la lluvia en la calle). Por una cuestión de higiene mental, nada de lo pasado me importa y sólo quiero ser lo que soy, eso sí, sin joder a la gente. Bueno, eso digo cada vez que voy a herir de muerte a alguien. En fin, no soy un tigre que caza, pero soy una cosa que vive, como el virus de la rabia al que hay que exterminar. Eso sí, les costará trabajo, sépase bien que pese a mis bellísimas heridas, estoy más vivo que nunca. En lo más hondo del hueco en el que vivo, soy inmune a todo.
Yo vivo en un hueco, pero no me da vergüenza.
El hueco en el que vivo tiene una manta en el piso que es mi cama en las noches de calor y mi manta contra el frío en las de frío; tiene una bolsa con ropa que es mi ropa en la bolsa y tiene libros que no leo más porque quienes los escribieron ya están muertos y no saben lo que pasa ahora en el mundo de los vivos. Por ejemplo, Malraux no sabe que ya cayó el muro de Berlín, Carpentier no sabe que en Cuba ya hay computadores y Hemingway ni sospecha que el estrés es una enfermedad mundial que no se quita nomás con sexo, drogas y corresponsalías de guerra.
No me da vergüenza el hueco en el que vivo y por el que encima debo pagar, no mucho, lo suficiente para sentir que me pago las cosas, es decir, que sirvo para algo. No, no se trata de autoestima baja por una niñez jodida, es puro realismo nomás, realismo disfrutable de alguna manera, como puede ser disfrutable correr por tu vida en una calle de Pamplona atestada de toros que apuntan sus cuernos justo en el centro de la estrella de tu culo (la contundencia sonora y la economía de letras de esta palabra es formidable).
Lo que sí me da vergüenza es acordarme de lo que hice en el entierro aquel, el de mi padrastro muerto increíblemente por tres paros cardiacos simultáneos. Creo que fue una muerte piadosa, yo le hubiera agregado dos balazos de escopeta, la explosión de una mina antitanque en la boca y un golpe con esos martillos para asegurar durmientes de ferrocarril (otra palabra maravillosa que significa distancias profanadas por un pie lascivo), pero eso fue lo que el Karma eligió para él por todas las vainas que hizo en su paso tambaleante por la vida.
Botado en el hueco decente donde vivo como un señor cuya mayoría de delitos no se conoce, me avergüenza acordarme que esa vez alcé un puño y en medio del cortejo fúnebre que me miraba como el hijo de la amante del fulano muerto (y lo metía en el sitio donde se lo comerían los gusanos en el cementerio) grité: ¡hasta siempre comandante!. Andaaa!!, qué boludez!!. Por favor, que comandante ni que ocho cuartos si siempre nomás fue el líder de su pandilla de borrachos que a falta de otros temas, en plenos delirios de alcohol con agua, planeaban paso a paso como construir una sociedad mejor usando para ello los planos del sistema comunista. Me acuerdo de mi despedida con la mano en alto, de la mirada sin emociones de los presentes, de mi repentina sensación de estupidez de alta pureza y me da mucha vergüenza pese a los años que han pasado. Es que uno tiene su corazoncito y su sentido de dignidad aunque los hechos se empeñen en negarlo; es que uno tiene sus principios, aunque la gente se ría cada vez que trato de usar en mi beneficio esa palabra.
Empieza a llover fuera del agujero de alquiler en el que vivo y el sonidito del agua mojando los techos me desata unas ganas de orinar. En el lavabo de mi baño “privado” reposan medias sin lavar y sobre el tanque blanco del retrete aguantador, hay una revista porno abierta donde se ve a una tipa abierta que tiene abierto su…buej. El aire huele a techos mojados, a centenas de pares de pechos mojados que corren afuera buscando un techo para dejar de mojarse. La mente se me va aotros temas. ¿en qué estaba? Ah sí…
No me da vergüenza ni el hueco en el que vivo ni mi vieja manía de rayar carros con las llaves de mi cuarto de alquiler. No me dio vergüenza orinar en la puerta del colegio de abogados ni en la pared de la catedral metropolitana, ni sacar mi culo desnudo por la ventana de un carro en la mitad de la carretera. Ni siquiera me da vergüenza decir que soy un incomprendido por una sociedad castrante que ve en mí a un forajido detestable para las buenas costumbres y peligroso para sus hijas. En realidad supongo que la sociedad no me ve así, en realidad yo me veo así y le echo la culpa de todo a la pobre sociedad para quien yo ni vos no existimos, lo cual es profundamente de puta madre. Me vino algo como una erección; no sé si por el camionero que me vio el culo por la ventana del vehículo o por las hijas de la sociedad…en fin, ante un dilema como ese, siempre quedará el recurso de la revista porno.
Probablemente cuando pase el tiempo también me avergonzaré de eso, de rayas los carros, de orinar en los colegios de profesionales, de sacar mi culo por las ventanas, o de que yo culpe de mis líos a la pobre sociedad que anda como puede; pero todavía no.
Sí me avergüenzo de los días en que armado de un canasto salía a la calle del pueblo para vender cosas. Debía llevar plata a la casa de mi vieja, quien, con la sutileza de su garrote carnicero, me hacia entender que debía vender todo lo del canasto y llevar plata sí o sí a la casa, como si en mi raquitismo de crío de 12 años yo pudiera hacer comprar a la gente las porquerías que ella hacía para que yo venda y que nosotros las comíamos porque no nos quedaba de otra. Por vergüenza me escondía de las chicas para que no me vean con el canasto y por lo tanto a veces no vendía nada…Cada golpe en mi cuerpo era una chica de la que me había escondido. Me sentía un héroe. En serio, ¿quién más por lo menos en Santa Rosa llegaba a tal punto de sacrificio?
El otro día dije que me acordaba de esa imagen de yo con el canasto, cagado por el frío de un sur y chilchi bajo el alerón antiguo de una casa que todavía existe. Me veo ahí de nueve años, pálido, flaco como un pollito, a las seis de la tarde esperando que la lluvia cese, con el terror en el pecho por no haber vendido nada, con la sensación horrible de ver a todos en la casa de madera y palma en que vivíamos, yéndose a dormir sin comer. Todo porque el maldito clima y mi vergüenza a las chicas no me dejaban vender y porque mi padrastro, entre sus otras funciones, estaban las de no llevar nada a la casa, sin que mi santa madre atea haga nada para solucionar esa inactividad, que para cualquier hombre que no fuera él, sería algo peor que vergonzosa.
Sí, todo eso sucedía allá por el 86 u 89, en el mismo pueblo donde años después grité: hasta siempre comandante. Quizá en vez de decir eso yo habría querido decir: podrite hijo de mil putas. El caso es que me despedí así, a lo boludo, de ese tipo comunista, mecánico y borracho que jamás hizo nada bien en su vida. Igual que yo. Pero yo soy joven aún y tengo tiempo para echar a perder más cosas que él. Tal vez después me avergüence del agujero en el que ahora vivo, como hasta ayer nomás me avergonzaba mi condición de bastardo, de pariente pobre, de hijo de padrastro para quien todo lo que yo hacía estaba mal. No me importa, lo cierto es que yo estoy vivo y él ya es nomás un color en la fosa donde lo guardaron. No sabés cómo me arrepiento de semejante despedida. No puedo evitar taparme la cara, que boludez, en serio, tanto es así que debo escribirlo en la oscuridad de esta noche de lluvias para no golpear las paredes con mis puños cerrados. Bueno, siempre está la revista porno sobre el tanque del retrete, pero no es lo mismo.
Me arrepiento de esa despedida tan “of side”, pero no de otros daños que después la gente que me amó me fue gritando a la cara, daños que causé más por bruto que por malvado. Es que mi forma de ver las cosas es absolutamente contraria a la de la gente cuerda, lo cual me hace medianamente feliz conmigo mismo pero me aleja de un tajo del resto del mundo. Pero eso relativo según de qué parte de ese resto del mundo se trate: hay partes del resto del mundo que no me interesan un bledo y otras que sí, a veces.
Probablemente mañana me arrepienta o me avergüence de todo ese dolor que he ido derramando a mi paso con las personas equivocadas, pero entonces como ahora no servirá de nada esa acción de justicia autoflagelante y sólo me quedará seguir deslizándome en este sendero resbaladizo lleno de esta mierda llamada destino que lo obliga a uno a ser una criatura detestable porque eso es lo que uno es, ni mas ni menos. Y llega un rato en que hasta el lado amable se le encuentra a eso y uno trata incluso de dotar a esa calamidad de algo parecido a una filosofía que en realidad es una estupidez se la mire por donde se la mire: ¿Que si el tigre caza, entonces es un asesino? Eso es otra cosa: yo nomás soy lo que dice de mí la gente que me quiso. Soy algo que ya no tiene nombre, soy algo que me aguanto porque si dejo de serlo dejo de “ser” y me vuelvo un buen tipo, de esos que saludan a la gente con amabilidad, que se acuerdan de las fechas importantes y quieren familias grandes para disfrutarlas a las horas de las comidas. Una feliz y gran familia alrededor de una mesa de comedor. ¿Lindo no? Basuraaaa!!!!
Ahora me pongo rudo (no dejo de pensar en la porno ni en las mujeres mojadas que huyen de la lluvia en la calle). Por una cuestión de higiene mental, nada de lo pasado me importa y sólo quiero ser lo que soy, eso sí, sin joder a la gente. Bueno, eso digo cada vez que voy a herir de muerte a alguien. En fin, no soy un tigre que caza, pero soy una cosa que vive, como el virus de la rabia al que hay que exterminar. Eso sí, les costará trabajo, sépase bien que pese a mis bellísimas heridas, estoy más vivo que nunca. En lo más hondo del hueco en el que vivo, soy inmune a todo.