lunes, enero 21, 2008

NECROFILIUM


Antanas Drake




Ella entraba y salía de mi cabeza como si de una cantina se tratara.
Husmeaba en la intimidad de mis pensamientos con avidez de galgo, descubría mis sueños sin el menor esfuerzo, interceptaba mis intenciones como el mejor policía, desordenaba mis recuerdos por puro capricho y desnudaba mis obsesiones sin que yo pudiera hacer nada para defenderme de esa presencia que me había colonizado cada vez más desde aquel día en que la había visto por primera vez en ese barrio de extramuros donde ella y yo sobrevivíamos con nuestras respectivas miserables familias.
Crecimos sin mirarnos, nos identificamos como la misma cosa en dos cuerpos distintos e idénticos, compartimos nuestros destinos al amparo del alcohol y murmullos de lagartos reales, intercambiamos nuestros abrazos y fluidos, pero cuando empecé a sentir que yo ya no era yo sino ella dentro de mí, cuando necesité guardar sólo para mí los secretos que me había acostumbrado a contarle a ella, entonces ese delicioso animal hipnótico decidió tomar por asalto el único reducto de mi vida que quedaba hasta entonces libre de su influencia: mi memoria.

Aquello fue demasiado. Decidido en volverme a pertenecer a mí mismo opté por huir de la tentación de su entrepierna, de mi adicción a sus senos, de mi debilidad por apretar contra mí sus caderas, pero en la distancia la necesidad de beberla toda tibia y oliendo a ella, me hizo volver a su lado, aunque entonces su avidez por leer mis pensamientos sin mi consentimiento no había más que aumentado.
Entonces decidí hacer lo que ustedes hace rato saben que haría. Supe que había llegado el momento cuando me preguntó mientras cojíamos: ¿vos me harías daño? Yo le dije que no, que podían haber motivos para odiarnos pero jamás le haría daño, (aunque ella y yo sabíamos que yo sí le había hecho daño, pero ambos fingíamos que eso jamás había ocurrido para tranquilidad de nuestras almas). Entonces decidí empezar a pensar, a planificar en inglés, lo cual me dio cierta ventaja, porque en la noche de los asesinatos, ella se durmió si el menor sobresalto.

Tras el hachazo su cabeza quedó empotrada en la cama y para retirarla de ahí la policía empleó palancas especiales.
Yo los llamé y cuando terminaron de retirarla en pedacitos (ví los huesos astillados del cráneo metido en una bolsita), confesé que hice aquello porque ya no soportaba que me invadiera por dentro como un enjambre, que me quitara mi individualidad y me convirtiera en algo leído por ella. De modo que en la cárcel la mitad me temía por asesino despiadado y la otra mitad me admiraba porque veían en mí lo que ellos no se habían atrevido a hacer. Incluso hubo un marica que ofreció chapármela gratis en señal de admiración…
Sentía alivio al no estar más con ella, pero a ratos me invadía una increíble necesidad de penetrarla, de besarla, de comerla, de cortarme las palmas de mis manos para excitarla con el sabor de mi sangre. La extrañaba, me masturbaba pensando en ella, cojía a putas por dinero pensando en ella, pero también gozaba de la independencia de mis pensamientos, porque yo sin ella, había vuelto a ser de mí mismo.
Pero el alivio de liberarme de ella se hizo pedazos la noche en que la oí por primera ves riéndose en mi cabeza.
-Sos un hijo de puta, un hijo de puta, un hijo de, flores para los muertos, jajaja no sabía que sabías bailar, llegaré tarde, ¿dónde estuviste?

La oí en la oscuridad de mi celda, me tapé los oídos con las manos, me golpeé la cabeza contra la pared para que la invasión de su voz cesara de nuevo, la busqué dando zarpazos en la noche para acallarla otra vez, pero se siguió riendo, diciéndome las cosas en las que yo pensaba, afirmando que conocía hechos que yo creía sólo míos. Yo rebotaba en las paredes, y los demás presos me increpaban que los dejase dormir por la puta que me parió o que me matase de una buena vez. Entonces cogí una lapicera que yo había pedido dizque para escribir “versos de amor” y me perforé los oídos para ya no oírla más. El mundo se volvió un zumbido, el bullicio de los otros presos se volvió en un cuadro mudo, en una imagen borrosa y atroz. Todo se calló, pero ella siguió hablando en mi cabeza hasta que caí sin sentido con el cráneo empapado en mi propia sangre, quedé inconsciente y luego desperté en la calle y agarré un papel y escribí esto para pensar en otra cosa y no escuchar lo que ella me está diciendo.

PD: Voy al cementerio para buscarla, para encontrarla, para extraerla, para callarla de alguna manera, para sacar sus huesos amarillos con jirones de ropa, para quemarlos, para comerlos, para cagarlos y para volverlos a comer…

No hay comentarios.: