viernes, febrero 08, 2008

E(e)LLA



Antanas Drake






Ella, no era ella, pero eran tan idénticas que parecían dos lágrimas de puro dolor.
Lo único común entre ellas, además de su extraordinario parecido físico, era que sólo yo me había dado cuenta de aquello (de esa increíble similitud corporal, de lo blanco de su rostro amagando siempre una sonrisa de cachorra, de la invitación de su cuerpo al andar, de la flor explosiva de SUS labios cuando se abrían con mi ayuda, del silencio misterioso de sus ojos que lloraban derramando puñales y reían con luces de los amaneceres en aquel cuarto) porque ellas, es decir, Ella y ella, jamás se habían visto en la vida.
Ella estaba en un exilio a miles de kilómetros de mí cumpliendo un mandato ajeno a nosotros y ella me acaba de servir el pisco a punto caramelo que yo había pedido lleno de fastidio para olvidar un día demasiado largo como para mirarlo con benevolencia.
A Ella primero me la habían quitado y luego me había mandado al demonio gracias a mis méritos bien ganados, pero seguía estando latente en el humo de mi alma y en los hilos de mi carne. ella, ni siquiera me miraba, pero mis ojos empezaban a echarla de menos (como a Ella desde hacía meses) cuando la oscuridad del Pub me la ocultaba y el aire se me hacía espeso y el cuerpo se me volvía de plomo sentado en este asiento al lado de la barra y de las luces de las copas y las botellas.

A Ella me la había ocultado su familia, el destino e incluso las malditas leyes. A ella me la alejaban felices clientes borrachos que como yo (sí, yo) coreaban al grupo de rock que hacía covers de los Doors. Me metí en el cuerpo la revolución verde de un pisco con azúcar y entonces la vi de pie junto a mí. Antes de verla la sentí junto a mí vibrando dentro de su uniforme negro de mesera, al lado de la puerta (odio el humo de los cigarros y siempre tengo que tener frente a mí a las puertas). Me estremecí. ella era como Ella…demasiado Ella, dolorosamente Ella sin ser Ella…Era un clavo que punzaba sin herir, era un balazo que no sangraba, era esa boca feroz que me enfermaba más mientras iban pasando los meses sin Ella.
Tuve la tentación de estirar la mano y percibir el calor de su cuerpo sin tocarla, pero sentí en mi interior una alarma de peligro que me obligó a detenerme y a abandonar la idea de mirala. La sensación de que podría incomodarla me sobrecogió y opté por una retirada honrosa sin ánimos de huir de su presencia.
Entonces recordé el motivo que me había llevado a ese lugar antes de descubrirla entre las copas y las sombras de esa noche demasiado grande: la muerte de Esteban. Mi hermano Esteban, mi amigo Esteban acababa de morir solo. Cortando un árbol en su retiro rural la motosierra que manejaba lo pateó y le cortó la pierna. Sin poder moverse, se desangró y murió sólo. Me lo dijo Mónica desde Chile y yo me atraganté con mi propia torpeza y no pude decirle: Mónica, lo siento mucho, sabés que lo quería a Esteban. Él era de los tipos que daba rabia no tenerlo cerca, era de los tipos para quienes se escriben en verdad esos discursos mortuorios en los que siempre el muerto era una gran persona. Éste había sido una gran persona estando vivo. Había sido un aventurero, había sentado cabeza, había cambiado, estaba a un mes de ser padre y zaz!!, se corta la pierna él mismo y se muere sin que nadie lo consuele.
Cuando lo supe no pude aguantar tanto y salí del diario y me metí aquí, y entonces la vi bajo su cabellera negra, cargando esos ricos brazos blancos, moviendo esas piernas deliciosas que eran capaces de sacar música cuando yo metía mi cara entre ellas…
ella pasa por mi lado. La busco con la mirada, le busco los ojos y cuando me mira entre el rock and roll y el humo del cigarrillo que odio tanto y de las carcajadas de los borrachos y de las miradas de seducción que se cruzan como flechas en el aire, tengo que volcar la cara hacia otro lado y decirme que es sólo ella, que no es Ella, que Ella está lejos no sólo en distancia y no sólo en tiempo. Ella está lejos, demasiado lejos en todos los sentidos.
Me jode demasiado. Ahora la veo parada en el otro extremo del Pub esperando que alguien le haga un pedido, un trago, algo de comer, señorita fósforos por favor…
Un tipo se para frente a ella y a mí se me erizan los pelos de pura rabia…Cada segundo es una puñalada, empiezo a sudar, siento la sangre correr por los vasos de mi cabeza, tengo ganas de levantarme para parar esa maldita escena pero ella se encarga. Algo le dice al tipo y se lo saca de encima sin despeinarse. No sé que le ha dicho, no sé si ha aceptado o sólo le ha dicho: dejame de joder. No sé. Ella a estas horas creo que duerme en algún lugar lejos de aquí, o piensa en nosotros o hace algo que no quiero pensar. ella en Santa Cruz sale victoriosa en su defensa de ese perro rabioso y yo siento un alivio enorme al verla liberada. Ambas son lo mismo. ella no sabe mi historia con Ella ni la sabrá porque sencillamente no tiene por qué interesarle. ella es un consuelo para un dolor llamado Ella. Ella es el motivo por el que ella se me ha metido en la cabeza…Pasa por mi lado de nuevo y juro que he olido su respiración y he sentido sus caderas al rozar mi pierna. No aguanto más. Pago, salgo a la calle para tomar aire y dejo a ella atrás sin poder hacer lo mismo con Ella. Esta es la noche número treinta y cinco que intento dejar atrás a Ella y es el fracaso número dos mil ocho. Mañana seguiré intentando, toda la vida seguiré intentando hasta que ella no signifique nada.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy buen trabajo narrativo. Siempre te sigo