miércoles, enero 17, 2007

RESACA METÁLICA EN UNA CARNICERÍA


Una discusión en la carnicería

Antanas Drake



Había sido carnicero desde los días de su infancia en que escapó de su casa porque su padrastro alcohólico trató de matarlo fallándole un tiro en la cabeza.

De modo que cortar carne ese día y destrozar los grandes huesos con el hacha experta en tales menesteres no fue ninguna novedad para los parroquianos que entraron a su tienda mientras él destazaba los grandes trozos de carne y se los vendía con una sonrisa en la cara envueltos en papel periódico.

Hizo su trabajo sin la menor turbación pese a que su esposa había dicho que lo iba a abandonar, por qué él era un animal egoísta y ella quería volver a la tierra remota de donde él se la había traído sin el consentimiento de los padres de ella.

De modo que pese a la inminente vuelta a la soledad que él había detestado desde niño en sus trabajos de barrendero y destazador de carnicerías ajenas, pese al nuevo rechazo que debía herirlo como lo había hecho el de su padrastro homicida, pese a todo (él sospechaba que ella tenía un amante), la posibilidad de la vuelta a la miseria espiritual parecía no importarle, como él se lo había dicho a ella esa mañana nomás, cuando ella le gritó en la cara que lo abandonaba para siempre a él y a esa hacha que él nunca dejaba de blandir aún cuando el trabajo en la carnicería había acabado.

Él parecía en paz con su alma, al menos eso denotaba su actitud descuidada y casi feliz de ese día, mientras alimentaba a los perros con las partes de la carne que nadie había querido comprar.
Una vez los canes hicieron desaparecer los trozos sobrantes de carne y huesos convenientemente cortados que les arrojó, (como hacía todos los días a vista y paciencia de todos los que pasaban por su carnicería), por fin se convenció de que a ella, nadie la echaría de menos y miró casi con amor el hacha con la que acababa de destazar el cuerpo.

Estaba tan extasiado mirando el hacha ensangrentada que no escuchó los pasos que emergieron del interior de la casa, no escuchó la forma sutil con que el seguro del arma fue retirado, aunque lo que sí pudo escuchar por una fracción de segundo fue el estampido del único balazo que le perforó la cabeza por el occipital (alguien acababa de triunfar donde su padrastro había fracasado) y lo último que vio fue a ella corriendo hacia la calle con el revolver aún humeando en la mano.

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