lunes, septiembre 08, 2008

ESTO NO ES LO QUE PARECE...

























A Vicente…Por su muerte tan…
A Auter, por haberse jodido la vida por tan poco.


Una cosa no tuvo que ver con otra… pero sí tuvo si uno se lo piensa bien.
Nadie se extrañó de que le volaran la cara de un escopetazo porque la mitad de los hombres presentes en la fiesta la noche de su muerte tenían motivos para matarlo al igual que casi la totalidad de las mujeres. Él era de esos tipos que se agarraban lo que querían ya sea con su encanto de actor de cine o con el poder de la plata de su viejo que siempre se encargaba de arreglar los entuertos de su hijo por las buenas o por las malas. Después de todo, en esa época los Fernandez eran la ley en Santa Rosa y cualquier disputa con ellos era señal de que se estaba cayendo en desgracia. Y es que en un pueblo de gente pobre que se ganaba la vida sembrando arroz o cortando madera en nuestros famosísimos aserraderos, una miseria de plata en un arreglo “por las buenas” apaciguaba las broncas. O eso parecía.

Adrián no era malvado, al menos eso había dicho el cura el día que dimos nuestra primera comunión, aunque él se rió un poquito mientras hablaba el cura porque él iba a la Iglesia no por ser un buen cristiano, sino porque ese era un buen sitio para conseguir muchachas, no necesariamente vírgenes, pero muchachas al fin. Bueno, Adrián sí era malvado, pero su maldad radicaba más que en una inquietud de espíritu, en una especie de tradición familiar que incluía entre sus virtudes la prepotencia y el despilfarro que le daba el poder de la política y el dinero de su familia. O sea, era malo porque se lo habían enseñado.

Yo lo empecé a odiar a Adrián el día que se robó a plena luz del día a la Carmen. Ya saben, Carmen era la sensual hermana mayor de algún amigo por conveniencia. O sea, era bueno ser amigo de Ismael porque así uno podía ir a su casa de tablas y piso de tierra apisonada y verla a la Carmen de shores apretados y polera con sus tetas alegres, lavando sus calzones agachadita sobre una lavandería de cemento. Lo que más recuerdo de esa época eran los calzones de Carmen secando en las noches bajo un foco de 100 watts que se pasaba las horas de oscuridad chamuscando insectos. Recuerdo el olor de los insectos y los calzones de Carmen. Creo que esa fue mi primera experiencia verdaderamente sexual…
Por eso es que lo odié a Adrián cuando las viejas empezaron a correr el rumor que después se hizo un chisme. “Adrinacito se ha robau ahora a la hija del peón de los Gutiérrez, un tal Vargas. A ese hombre la mujer y la hija le salieron putas, eso es castigo de Dios nomás”.
No, Adrián se podía robar a todas, menos a Carmen. Aquella fue la primera vez que le dije hijo de puta a alguien, pero en ausencia. Apreté los puños y dije: Adrián se da el lujo de ser un hijo de puta y nadie lo castiga…
Carmen tenía 20 años y se paseaba con el desenfado de una mujer que se siente inalcanzable entre nosotros, una muchachada descalza y calenturienta de 15 años que la habíamos convertido en nuestra diosa del sexo. La habíamos visto bañarse y luego cambiarse delante de nosotros cuando no estaban sus padres en casa (pese a las malas caras de su hermano Ismael). La habíamos visto tantas veces envuelta en esa su piel blanca moteada de negro en la entrepierna y las axilas que mi generación de amigos se inició en el ejercicio de la masturbación pensando en los senos y en el culo de Carmen, y pensando también en ese olor raro que dejaba Carmen en el aire cuando pasaba por nuestro lado. Ella pintaba el aire con un olor que después reconocí cuando metí por primera vez mi boca entre las piernas de una mujer.

Y bueno, cuando Adrián se la robó a plena luz del día no lo detestamos a él, sino a ella. Desde ese día yo ya no me quedé más tiempo que el verdaderamente necesario en el cuartito de tablas que me servía de ducha usando para ello agua de un balde. No me hice más la paja pensando en ella. Pensaba en Madonna que entonces se veía peor que ahora pero que era lo más bello que la Tv me había regalado.
Adrián se la robó a Carmen como es debido: le endulzó el oído la noche anterior en un encuentro en la plaza después de misa, al día siguiente la fue a recoger para después re cojerla los otros días, puso las pilchas de ella en el cuello del caballo y con una mano la hizo volar hasta las ancas del animal para luego llevársela a una de sus estancias a la mitad del monte por dos semanas. Después, a caballo como se había ido, la trajo evidentemente recojida y la botó en la puerta de su casa como una bolsa de papas y se fue tranquilisimo, como si recién acabara de ir al baño. Carmen quería salir de pobre y Adrián fue una muy mala opción.

Adrián tenía 18 años y era mi compañero en el colegio. Iba al colegio porque le daba la gana y perdía los años porque le daba la gana también. El colegio, al igual que la Iglesia, era un buen sitio para conseguir mujeres. “Con las tierras y la vacas de mi herencia puedo vivir 300 años sin preocuparme en la minucia de trabajar” me dijo la única vez que miró para abajo y me habló como para explicarme el porqué siendo tan grande era mi compañero de curso.
Cuando Adrián se deshizo de Carmen dejándola mancillada en la puerta de su casa, el padre de Ismael de pura impotencia amarró a Carmen con una cadena de perro en un árbol de tamarindo que había afuera de su casa de palma y barro. La tuvo allí sometida a la humillación de la vergüenza familiar sin darle de comer ni de beber por cuatro días hasta que los tobillos le sangraron y los perros callejeros se empezaron a alborotar con el olor de Carmen. Después nunca más supimos de ella. Salvo que había tenido un novio cuando se fue con Adrián.

La noche de su asesinato, Adrián llegó a la fiesta solo. Llevaba el cabello amarrado con una cola de caballo, su sonrisa impecable, unos zapatos reebok negros, un jeans azul, una camisa de marca color crema y todo eso metido en el aura de su perfume amaderado de Lacoste. Pasó por mi lado, caminó entre la gente sin ser tocado por nadie, se sentó en una mesa reservada para él frente a la pista de baile, manoteó socarronamente al pasar el culo de la reina del carnaval de ese año sin que nadie le diga nada y amargado por quién sabe qué empezó a molestarlo a Rodolfo tirándole bolitas de papel servilleta mojado en cerveza.
Rodolfo era un tipo mayor que Adrián, pero que parecía menor que yo por su estatura pequeña. Ni siquiera llegaba a la condición de enano, era más bien alguien adulto metido en el cuerpo de un niño, de modo que para dejar clara su situación le habíamos puesto por sobrenombre “el viejo”, el mismo nombre de esa serie alemana de detectives que salía en el único canal visible en el pueblo. Bueno, a veces el canal de mierda no funcionaba, así que había que mover el bambú que sostenía la antena hasta encontrar la puntita de las hondas de Tv. Pero esa es otra historia.
Con Rodolfo jugábamos al fútbol por las tardes y en la mañana él se pasada la jornada vendiendo empanadas de arroz y queso por las calles de tierra roja de Santa Rosa. De él no sabíamos nada porque en realidad vivía en otro barrio y llegaba hasta nuestra calle para sumarse a la fiesta del futbol descalzo sobre pasto y luego se iba casi sin decir nada. Le molestaba que se burlen de su estatura, así que lo hacíamos con más ganas para empute de él aunque nunca llegaba a la violencia para defenderse, amén de uno que otro ademán de silencioso y profundísimo disgusto.
De modo que esa noche a nadie le importó que Adrián moleste a Rodolfo, ni a ninguno de los otros tres tipos a los que estuvo molestando el hijo mayor de los Fernández, tirándoles igual papel mojado en cerveza sólo porque en ese momento le cantaba el culo el joder a la gente.
Ismael estaba parado conmigo junto a la puerta de entrada de la fiesta. No habíamos entrado porque la cerveza era cara y la mujeres no nos miraban ni por chiste, así que no valía la pena gastar una plata que no teníamos por tan poco premio. Cuando Ismael me señaló el sitio donde estaba el que había sido novio de Carmen tuve un mal presentimiento. Vi a un morenísimo peón de ojos indios y torso de cargador de troncos que miraba con más que odio a Adrián Fernández, el pobre Adrián que envuelto en su colonia europea y sus camisas de marca, se cagaba en todos con su mirada de desprecio rodeado por dos guardaespaldas inexpresivos sentados a su lado.

Entonces apareció por la calle el padre de Carmen que venía decidido a entrar a la fiesta, pero Ismael y yo lo detuvimos en la puerta para que no lo hiciera y se quedó hablando a gritos con nosotros, diciendo que eso no se iba a quedar así, que nadie se iba a ir a burlar de él de esa manera, que siempre había sido un buen ejemplo y había cumplido a cabalidad el papel de padre y madre desde el día en que la mamá de Carmen e Ismael se había fugado con un catequista católico. Mientras el hombre evidentemente alcoholizado hablaba, vi salir de la fiesta al novio de Carmen con la notoria convicción de vengarla esa misma noche. Detrás suyo salió Rodolfo y dos tipos más que no reconocí y cada uno cogió caminos diferentes en esa noche que preludiaba algo más que lluvias. Al final Ismael entró con su padre a la fiesta resignado ante la imposibilidad de hacer cambiar de opinión a su padre y decidido a ayudarlo en lo que sea necesario. Lo vi mirarme como pidiéndome auxilio, pero yo por cobardía no me atreví a sumarme a aquello y me quedé parado en la puerta, sin saber qué hacer. En un momento a otro alguien entraría a la fiesta y le daría un arma al peón de los Gutiérrez, a ese al que la mujer y la hija le habían salido igual de putas según decía la gente desde la fuga de Carmen.
Adrián bailaba cumbia pegadito con una chica que acababa de llegar de la ciudad y que no le conocía la fama de malnacido que lo seguía en cada esquina de Santa Rosa. Era una chica bonita, demasiado niña bien como para bailar con otro en esa fiesta de sábado en un pueblo de peones.
El novio de Carmen volvió a la fiesta con tres tipos más y se sentaron sin disimulo a dos mesas de la Adrián. Uno de los guardaespaldas de su padre se acercó a decirle algo al oido mientras bailaba y fue entonces que Adrián le clavó sus ojos burlones al novio de Carmen y se llevó la mano a la cintura para advertirle que estaba armado, de modo que no se enteró de nada cuando le deshicieron la cara de un escopetazo.
No se enteró cuando su asesino avanzó entre la música, la borrachera y la multitud con la escopeta de cazar tigres de sus patrones; ni Adrián ni sus guardaespaldas le dieron importancia cuando el muchacho llegó hasta la cara de Adrián. Le miró a los ojos y de un tiro que dejó a un guardaespaldas herido, vengó sin mayores aspavientos y delante de todo el mundo el puñetazo que le había dado Adrián sólo porque sí después de haberlo jodido toda la noche con los benditos papelitos mojados en cerveza. Adrián no debió molestar a Rodolfo. Rodolfo era un tipo que no molestaba a nadie y que claro, como todos nosotros, seguro estaba aunque sea un poquito enamorado de Carmen. Por eso se venía desde el otro barrio a jugar fútbol con nosotros pese a que nos burlábamos de su tamaño, para verla a ella aunque sea un ratito, sentada sobre el pasto con el sexo ceñido por los shores y la ausencia de ropa interior, mostrando bajo la blusa sin sostenes el milagro de esas tetas cuyo recuerdo lo seguirán consolado también en los años que aún le quedan por vivir en la cárcel.

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